Manojo de cuentos pulidos seguramente en miles de bocas y oídos, en lluviosas jornadas de arrieraje, narrados y vueltos a narrar a la lumbre de los leños, trayéndonos curiosamente unas tramas de estructura perfectamente aristotélicas encarnadas en un lenguaje rural que florece en el lindero de las normas, a nosotros ciudadanos de las urbes gracias a la paciencia y el arte de Andrés Zevallos, pintor por excelencia. Gracias a ello cada cuento viene acompañado de un dibujo que grafica el momento cumbre de las acciones, o su desenlace, de modo enriquecedor y memorable.
