El niño abre delicadamente este libro y se deja atrapar por las primeras líneas y sus ilustraciones. El niño comienza a entrar en el destino de un protagonista que dibujan las palabras, y mientras más se va adentrando a ese mundo vivo y humano en el papel, no sabe que está haciendo el ritual que hace miles de años, otros niños hacían alrededor de una hoguera escuchando al abuelo. El niño termina de leer el cuento en la altura de la noche, y al voltear la última página, algo nuevo y contundente se ha instalado en su alma.
