El autor es dueño –o tal vez el mismo autor es producto– de una acezante imaginación que se mantiene en vigilia permanente, suspendida entre la realidad y el sueño, en esa media luz del crepúsculo que llevó a inventar El Ángelus a los místicos. Un imaginario enraizado en los densos y multicolores mares oníricos, en cuyas profundidades duermen el instinto, los miedos, el deseo: el terrorífico humus que alimenta la vida diaria disfra- zada con la máscara de la razón.
Podríamos pensar que estamos ante las páginas de John Cheever y sus infatigables nadadores, o de un discípulo de Raymond Carver, pero por momentos es solo Cortázar, o tal vez Chéjov, pero no, es el huancaíno Ugo Velazco que, si la musa no lo abandona, y las desilusiones no dañan su pluma, nos estremecerá, todavía con otros relatos.