Uno de los territorios menos conocidos y explorados del Perú es aquel quechua de Cotabambas. Entre los ríos Apurímac y Pachachaca se extienden cientos de kilómetros de punas y despeñaderos que preñados de oro, cobre y plata albergaron desde siempre a la gente más exótica y menos conocida del muestrario peruano. Omasuyos, qotane- ras y yanawaras, señores de esos reinos bravíos, soportaron las sucesivas acometidas chankas hasta caer finalmente bajo la dominación inca. Tierra de pumas, cóndores y achanqairas, begonias silvestres tan bellas como las cantutas incas, y toponimias tan exóticas e indescifrables aún para los quechuahablantes: Qoyllurki, Palqaro, Curasco… ¿Qué quieren decir? ¿A qué lengua matriz se deben? Esas tierras acogieron a españoles deseosos de instalarse lejos de los ajetreos del Cusco y más lejos de las conspiraciones de Huamanga. En esta tierra propicia al bandolerismo y la ganadería cerril florecieron los Montesinos del Apurímac, y nació Feliciano Padilla, el novelista que los inmortaliza hoy.
